Capítulo XVII
Actitudes
Sigma permanecía sentado en un banco de madera que le
proporcionó 'El Rojo'. Su semblante era de suma tranquilidad pero también de
profunda reflexión. Como el vendedor estaba instalado en una inmensa tienda de
campaña, el caballero decidió sentarse justo afuera de esta, donde había una
sombrilla, con pliegos superpuestos de telas rojas y anaranjadas, sostenidos
por cuerdas y varas. Ya hacía algo de calor, y el joven había decidido quedarse
afuera pues necesitaba ver a Pesadilla, que se quedó en el exterior, como
dormitando bajo la sombra de los grandes robles que se encontraban allí.
La mirada de Sigma se perdía con frecuencia. Luego
miraba hacia las nubes, y encontraba formas ambiguas en ellas ; otras
ocasiones se perdía en el azul del cielo, como si fuera capaz de ver las
estrellas que estaban más allá ; una vez más, contemplaba a los pajarillos
que curiosos se acercaban a las ramas que le daban sombra a su animal, que
siempre le parecía tan tierno que le conmovía sobremanera. Algunas aves se
aventuraban a posarse sobre su lomo y su cabeza, y los enormes ojos del dragón
se limitaban a observarlas un momento para luego cerrarse. Y entonces a Sigma
le parecía ver en algún lugar de esa expresión una sonrisa. Muchas veces llegó
a esperar que Pesadilla le hablara, como algunos dragones de alto rango podían
hacer, pero parecía que no era esa una función para la que estuviera preparado.
Sigma de algún modo tenía muchas ganas de decirle cuánto lo quería, y saberse
correspondido, porque su vida se hubiera visto tan solitaria sin él...pero de
una manera u otra, se miraban a los ojos y cualquier otra impresión
desaparecía.
El caballero negó con la cabeza, tras estas
consideraciones, y miró al suelo, pensando en todo lo que probablemente
sucedería a raíz de la aparición de aquel extraño hombre, tan raro en sus
actitudes y tan diferente a él en su carácter. Le molestaba, pero sólo en lo
más hondo, que se comportara así con Pesadilla, ese ser al que él quería tanto,
pero siempre contenía esta molestia pensando que Sir Iori Yagami tendría sus
razones. Luego entonces, aquel enojo desaparecía. Nunca era capaz de enojarse,
y eso lo frustraba de vez en cuando.
Miró de nuevo a su alrededor y se dió cuenta que ya
había pasado mucho tiempo, y Iori no se decidía por la ropa.
—Es más desidioso que una jovencita escanto—murmuró
Sigma para sí, riendo y haciendo alusión a su raza—Ojalá ese tiempo le ayude a
tener más cordura.
¿Cordura en un mundo loco ? Eso hubiera dicho
Iori.
'El Rojo' salió de la tienda, haciendo la tela a un
lado y resoplando acalorado y desesperado.
—Ese hombre es un necio—dijo entre dientes—Señor
caballero, le ha tomado reloj de arena y medio decidirse por la ropa, ¡para que
lo que decidiera fuera absolutamente ridículo !. He tratado de
convencerlo, pero no avanzo, no avanzo...
Sigma se levantó, y el hombre se hizo hacia atrás,
pues hasta ese momento no se había dado cuenta de lo enorme que era aquel
caballero dragón.
—Es necio, es verdad—le dijo, tomándole un hombro con
cuidado—, pero requiere paciencia. Tiene ideas muy distintas a las que usted o
yo pudiéramos tener. Debemos ser tolerantes. ¿Desea que hable con él ?
—¡Como quiera, pero que no me siga quitando mi
tiempo !
—Bien, bien...—musitó Sigma agachándose para entrar a
la tienda. Adentro había considerablemente menos luz y por lo tanto algunas
lámparas de aceite se encontraban encendidas. El joven encontró al pelirrojo
calándose unas botas.
—'El Rojo' ya está enojado.
Iori tenía problemas para meterse la bota izquierda, y
murmuraba maldiciones.
—Pues qué le voy a hacer, por mí que se vaya al
diablo—comentó, mientras que Sigma permanecía agachado en el aposento. Iori lo
miró con desdén.
—¿Te ha mandado a que me apresures ?
—De algún modo, sí. Debes saber que aquí el tiempo es
algo muy importante y valioso, y el señor considera tu falta de decisión como
una pérdida de tiempo.
—¡¿Falta de decisión ? !—rió Iori—¡Él
comenzó, mostrándome tanta ropa ridícula !...En verdad que aquí usan sólo
harapos.
El caballero dragón frunció algo el ceño y se dirigió
a él con voz cortante.
—No vuelvas a expresarte así.
—¿Por qué no ?
—Porque entonces yo puedo decir que eras un bufón. Y
no sabes qué burla es decir eso aquí.
Iori no le encontró coherencia al comentario.
—Busca respeto de parte de los demás respetando tú
primero—concluyó Sigma. Yagami entendió esta actitud como una convicción de
parte de Sigma y no hizo más comentarios. Pensó que aquellos caballeros tenían
un determinado código de honor y que debía ahorrarse quejas, pues todas siempre
desembocaban en una larga plática con el príncipe. Y Yagami no estaba de humor
para eso. —¿Qué estás esperando ?—insistió Sigma.
—Entre tantas cosas, tuve que elegir algo que me
gustara. Si no querían esperar tanto, no me hubieran ofrecido tanto.
Iori se levantó y se dió cuenta que apenas su cabeza
tocaba el techo de la tienda mientras sigma se agachaba. No se había percatado
de cuán alto era, ya que desde que había llegado mantenía cierta distancia de
él, o cuando había cercanía Sigma estaba acostado o sentado. En esa perspectiva
actual, lo veía inmenso, gigantón.
—Caray—comentó—Eres enorme. No me había fijado en
eso—dijo ahora entre dientes, pues él se enorgullecía bastante de ser un hombre
muy alto, que siempre sobresalía entre los demás, más aún siendo de Japón, cuna
de pocos, muy pocos, hombres altos.
—Ah...sí. Tiene sus desventajas, sabes...me duele el
cuello.
Yagami rió.
—¿Cuánto mides ?
—Bueno, yo mido dos Reales y Diez Condes.
—¿Eh ?—A Iori de pronto se le olvidaba que las
medidas no serían las mismas.—¿A cuánto equivale eso ?
El caballero tomó una vara recta que tenía 'El Rojo' a
la mano.
—Esto, por ejemplo, es un real.
Yagami tomó la vara y la examinó.
—Esto es un metro en mi tierra—aseguró, después de
medirlo varias veces. Luego Sigma le indicó las divisiones de la vara.
—Estos pequeños puntos dicen la cantidad de condes.
Cien condes son un real.
Yagami suspiró aliviado de que todo fuera tan similar.
—Para mí, mides dos metros con diez. Eres un gigante
en mi tierra. Serías bueno para el Basquetbol.
—¿Basquetbol ?
—Olvídalo.
—¿Y ya has decidido ?
—Sí—Yagami por fin pudo calzarse la bota y entonces se
acercó a donde una de las lámparas y se puso frente a Sigma, que abrió los
ojos, extrañado.
Iori había escogido una combinación de atuendos que
iban muy de acuerdo en como a él le gustaba vestir, aunque para el príncipe
representaran otra cosa. Se había acomodado en el cuello varias tiras de cuero
negro [Quién sabe de qué animal sería y Yagami de plano no quiso preguntar] a
las que él sobrepuso una cadena metálica plateada. Su camisa era una maya
parecida a la de Sigma cuando no traía el peto, pero él decidió arrancarle las
mangas, a indignación de 'El Rojo'. Los cinturones que tomó eran varios
delgados y en distintos tonos de rojos, enrollados en su cintura, todos
sobrepuestos a uno negro con incrustaciones en plata más grueso. Su pantalón
era de corsario pero sus botas eran de noble del norte [Eso no le hizo, en
apariencia, nada de gracia a Sigma] y a las botas les agregó cadenas a manera de
adorno. Las acomodó tan bien que parecían de motociclista. Tomó algunos
brazaletes plateados de caballero del Este [Muy hermosos a gusto de 'El Rojo',
pero a disgusto de la combinación] y finalmente se amarró en los bíceps algunas
telas oscuras, lo mismo que en las manos a manera de guantes. Para dar el toque
principal a su atuendo, se puso una arracada en la oreja izquierda.
—¿Cómo me veo ?—Le preguntó a Sigma. De acuerdo a
nuestro modo de ver, Yagami se hubiera visto sensacional, pero Sigma no pudo
disimular una cara de extrañeza y desaprobación.
—Siendo sincero, pareces un delincuente ridículo.
Iori sonrió.
—Perfecto.
Todos miraban con enorme curiosidad a Kyo, que
permaneció dormido cual plácido bebé en la habitación que le habían designado.
Incluso Romeo, que había hecho un esfuerzo sobrehumano para levantarse,
permanecía sentado a un lado, mirándolo perplejo.
—Sinceramente no puedo comprender cómo es que alguien
tan aparentemente simple esté vivo tras una pelea con Cuchillada.
—Siendo sincero, príncipe, yo tampoco...—completó
Rufus. En verdad, nadie entendía qué había sucedido, siendo que aquel animal
desafiaba incluso a los mismos dragones, con pedantería inigualable, y que,
además, le había caído con sus muchas centenas de kilos encima a Kusanagi.
Pero a éste último parecía no importarle, y estaba
acostado con las piernas abiertas y los brazos estirados a todo lo ancho de la
cama. Como si fuera el descanso y la paz que no había experimentado en meses.
En sus sueños, miraba siempre la dulce y comprensiva
cara de su novia, a la que quería con profundo sentimiento, y a la que siempre
tenía llena de aflicción. Hubiera querido borrar para siempre sus lágrimas al
saberse parte del juego de Orochi, y le hubiera gustado verla siempre
sonriente, como cuando salían a pasear al parque o cuando lo esperaba fuera de
la escuela, con su portafolios en las manos.
Y cómo olvidar a su serio amigo Goro, siempre tan silencioso y bueno en
el combate, y a su contraparte Benimaru, juguetón, coqueto e irreverente...a su
discípulo Shingo, al que ya tenía mucho tiempo sin entrenar...Todos sus amables
compañeros de torneo, Athena, Sie, Chin...Terry y su
hermano...tantos...Leona...Ralf...luego aquellos nuevos visitantes del torneo,
K', Maxima...
Todos, sonrientes, desafiantes, recordándole lo
precioso que era vivir, cerca o lejos de ellos...
En ese momento se despertó y todos los que se
encontraban en la habitación dieron un respingo, excepto Romeo, que no pudo
hacerlo más por no tener la posibilidad de moverse que por otra cosa.
—Hola otra vez, Kyo—dijo el príncipe. Y Kusanagi
suspiró desalentado, porque quizá tenía la esperanza de que lo que había pasado
desde un comienzo hubiese sido un sueño intrincado y mortificante. Pero
entonces miró las caras curiosas y de nuevo sus ojos se posaron en las perlas
negras que eran los de Romeo.
—Hola.
—¿Cómo te sientes ?...
Kyo pareció reflexionarlo un momento, e hizo una
evaluación de lo que le dolía y lo que no. Se sorprendió.
—Bien. Demasiado bien, diría yo, y eso empieza a
asustarme.
—¿Por qué ?—preguntó el príncipe consternado.
—Porque desde que llegué, ha sido un problema tras
otro, para mí pero también para tí y para tu gente, tal como lo dijo
Cuchillada. Y ahora no siento nada, lo que no sé hasta que punto es bueno o
malo.
—A mi modo de ver es bastante bueno, tomando en cuenta
lo que hiciste. Nunca nadie había convencido a Cuchillada de nada.
Todos los presentes asintieron. Kyo se sintió
satisfecho.
—Pero, en verdad, me siento muy bien, no me duele
nada...ni los brazos, ni las costillas, ni nada...—Enseguida, se miró un brazo,
donde vió que los moretones estaban desvaneciéndose. Se tocó y efectivamente no
tenía dolor—¿Qué podría ser ?
—No lo sé—concluyó Rufus, pero sé que aguantaste con
facilidad los novecientos Dumares que pesa ese animal.
A Kusanagi le sonó como novecientos Kilos y eso fue
más que suficiente para él.
—Puede que tengan algo que ver sus llamas. Te dieron
algo de energía, según me han contado. Como si te recargara, como si él fuera
el mar y tú el río torrencial—Comentó Romeo, y todo el cuarto se llenó con
murmullos de asentimiento y comentarios.
—Me gustaría poder verlo...—susurró Kyo.
—¿A Cuchillada ?
—Sí.
—Oh, no será posible. Es muy voluble, y se va a
aparecer por aquí sólo cuando se le venga en gana.
—Pensé que recurría a tí cuando lo llamaras, o algo
así...
—No, no. De vez en cuando se pasea por los establos o
cerca del castillo y se queda una temporada conmigo. Pero yo no lo ato. Él
viene y va cuando se le antoja. Aunque de momento sabe que nuestro mundo está
en crisis y no se ha alejado mucho de mí, como solía hacerlo.
Kusanagi asintió, haciéndole saber a Romeo que lo
entendía.
—¿Y tú, cómo te sientes ?
—Muy mal. La fiebre sigue sin ceder.
—Debes ir a recostarte.
—Debes comprender que eres valiosísimo y quería saber
si en verdad valías la pena. Ahora sé que sí, y deseaba saber cómo estabas.
Regresaré a la cama...
Y dicho esto, enseguida se valió de su tutor para
caminar.
—En unos minutos llegará un médico de Yihonos, un
pueblo de máquinas. Son buenos en revisar y sanar heridas con sus instrumentos.
Tú puedes seguir descansando.
Kusanagi se levantó de la cama corriendo y le ayudó a
Rufus.
—Me gustaría hacer algo muy importante, si me lo
permites.
—El pueblo es libre para que hagas lo que desees.
Finalmente Sigma e Iori salieron de la tienda de
campaña, mientras que El Rojo los esperaba afuera inmóvil, pareciendo un muñeco
de madera.
—A mí no me ha gustado nada su decisión—le dijo Sigma
mientras le tocaba un hombro al mercader e Iori lo veía de manera fastidiada—pero
ya está tomada. Arreglemos lo que vamos a pagar.
Pero el otro hombre no se movía, estaba congelado.
—¿Qué le pasa ?—exclamó Iori—Si no quiere
cobrarnos mejor, al fin y al cabo...
Pero 'El rojo' interrumpió a Yagami.
—No puedo creerlo...
—¿Qué ?—preguntó
Sigma.
—Es un pesadilla...
Iori se llevó una mano al rostro, fastidiado, mientras
Sigma posaba su mirada en el dragón.
—Sí, es un pesadilla.
—Debe ser muy pequeño—agregó el hombre—tiene aún un
tamaño pequeño, y sus ojos y su piel se ven muy tiernos.
Sigma se puso a conversar con el hombre, como si
pesadilla fuera un carro, mientras Iori, ya malhumorado, seguía el hilo de la
conversación. ¿Qué diablos tiene ese animal que a todo mundo le llama la
atención ? pensaba.
—¿Cuántos años tiene ?...déjame adivinar...100.
—No, no—dijo el caballero riendo—tiene como 17.
—¡¿17 ? !—el rojo se tomó de la cabeza—¡Pero
si es un diminuto cachorro !...
—Sí, aunque más maduro de lo que pudiera aparentar un
cachorro pesadilla.
—P-pero...¿Dónde lo has encontrado, caballero ?
—En un bosque cercano al antiguo reino de Escanto, yo
le ayudé a nacer.
—¿Y desde entonces está contigo ?
—Sí, prácticamente.
—P-pero...pero...yo tengo casi 20 años buscando a uno
de ellos. Son buenos para cargar cosas pesadas—y Yagami miró a Sigma, pensando
que no era pesado y que cualquiera podría cargarlo, y miró al dragón y no le
pareció que fuera un animal de carga—...bueno, no importa...lo que te digo es
que no he visto ningún otro, en todo ese tiempo, y eso que me la he pasado por
todo Ysatna.
—Desafortunadamente creo que su raza de mi pequeño se
está extinguiendo.
—Creo, y no me gustaría ser fatalista, que más bien ya
se ha extinto. Te lo digo, caballero, he recorrido todo el mundo conocido y las
tribus ocultas, los bosques, las montañas, los desiertos, y no he dado ni con
las huellas ni con un pesadilla en persona.
'El rojo' hablaba con profundo pesar como si en verdad
sintiera en el alma la pérdida de aquellos seres.
—Nunca me había preguntado eso—agregó Sigma—porque en
realidad, hasta el momento, no me había dado a la tarea de buscar a alguien de
su especie. Tampoco sabía si a él le daba curiosidad ver a algún otro
pesadilla, porque no me lo demostraba, mejor dicho, no me lo demuestra nunca.
Pero creo que es hora de averiguar qué es lo que ha sucedido con su raza,
porque algún día yo moriré y él como dragón seguirá viviendo muchos cientos de
años, no siempre estará conmigo.
Aunque conservaba un aspecto sereno, la voz de Sigma
tenía un increíble matiz de tristeza, e Iori trataba de descifrar que era todo
aquello que pasaba por su mente para conocerlo mejor.
—Te lo compro, entonces. Te liberaré de ese pesar. En
mi pueblo lo aceptarán, lo cuidarán y se quedará con ellos por muchas
generaciones. No estará siempre solitario con un caballero andante, que nunca
tiene hogar fijo.
El caballero lo miró molesto, a Iori en cambio, la
propuesta le parecía muy razonable.
—Tendría que matarme para hacer eso...
Y ese fue el último comentario que Sigma le dió al
Rojo al respecto, mientras sacaba de la alforja que traía Pesadilla una bolsa
con monedas.
—¿Qué cantidad tengo que pagarle ?
El mercader pareció pensarlo. Los caballeros dragón,
pese a que no tenían residencia ni trabajos estables, siempre se habían
distinguido por su generosidad, al menos en los cuentos, ya que muchos
guerreros de ese tipo habían desvirtuado todo el concepto.
—¿Qué me dices de un mechón de tu cabello ?...
Sigma negó con la cabeza, Iori sonrió ante la
terquedad del hombre. El caballero sacó de la bolsa un puño de monedas de oro.
Yagami no lo había advertido, nunca había visto tanto oro junto y menos que una
persona como Sigma tuviera tal cantidad.
—Siete monedas de oro y siete de plata.
Sigma le dio diez de oro.
—Vámonos—respondió secamente, caminando hacia
Pesadilla. Iori se limitó a seguirlo en silencio. El mercader agachó la cabeza.
Kyo ya estaba totalmente vestido y disponía a salir
del castillo cuando Rufus lo interceptó .
—Sir Kusanagi. Tengo que hablar con usted.
—Será en otro momento—le respondió el joven—, tengo
cosas importantes qué hacer. Si lo desea, puede acompañarme y podemos platicar.
—No. Tiene que ser aquí y en estos momentos.
Kusanagi lo miró extrañado, pero le invitó a sentarse
mientras él se quedó parado a un lado de la cama. Rufus negó la invitación
cortésmente y miró a Kyo todavía sorprendido de que tras su pelea, llevada hace
pocas horas, su cuerpo no haya recibido ningún daño.
—¿Y de qué quiere hablarme ? ¿Acaso Romeo se puso
de nuevo mal ?
—Su fiebre no ha cedido, y los mensajeros de Yihonos han
anunciado que no tardan en venir algunos de sus médicos. Pero eso no era que
quería decirle.
—¿Entonces ?
—Voy a serle sincero, joven Kyo. Usted es simpático y
respetuoso, aunque a mi modo de ver muy extraño. Como persona no puedo
rechazarlo, pues me ha demostrado que tiene una gran calidad humana, pero aún
desconfío de usted. No me agrada del todo. Imaginé que desde su llegada, habría
muchos problemas, pero no al grado de que el rey saliera perjudicado.
—¿Entonces ya es rey ?—preguntó Kyo, curioso, pues
Rufus no le había nombrado de esa manera desde que él había llegado.
—Sí. Sólo que todos le llamamos aún príncipe, porque en la historia del reino de Omega
nunca había gobernado un rey tan joven. Pero a lo que quiero llegar es que no
lo acepto del todo. Por su causa ya están sufriendo muchas personas, y en lo
que a mí respecta, si algo peor le llega a pasar a Romeo, y de nuevo recae la
responsabilidad en usted, no me importa cuán importante sea para el mundo, yo
lo mataré con mis propias manos.
Kusanagi abrió los ojos sorprendido.
—Veo que usted quiere mucho a Romeo, imagino que como
si fuera su propio hijo. Pero yo le confirmo que preferiría morirme antes de
que algo parecido a lo que sucedió ayer volviera a repetirse.
—Bien—Rufus se levantó, mirando a Kyo aún con ese dejo
de desconfianza que no lo abandonaba—creeré en sus palabras.
Ya el hombre abandonaba el recinto cuando Kusanagi se
levantó.
—Señor Rufus.
El tutor de Romeo lo miró se reojo.
—Necesito que me indique algunas cosas. Es algo muy
importante. Le pido que sea mi guía, después puede regresar con Romeo.
—¿Qué es lo que quieres ?
—Quiero ir a visitar a los familiares de los muertos.
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