Sueños de un demonio - Capítulo XX



 

CAPÍTULO XX
El ataque en el manantial


            Las zancadas de Pesadilla eran largas y apresuradas. Iori se agarraba como podía de la piel del dragón mientras que por otra parte intentaba sostener a Sigma para que este no cayera irremediablemente. Tras unos cuantos minutos de carrera, en los que Yagami sentía volver el estómago, Pesadilla se detuvo.
            —¿Qué ocurre?—Preguntó Iori, mientras sujetaba al caballero dragón—¿Por qué te has detenido?
            El dragón se inclinó suavemente, de manera que Iori pudo bajar, y cuando éste descendió, emitió un par de gruñidos y miró a Iori fijamente, mientras que este se paraba delante suyo.
            —Yo no te entiendo como tu amo—dijo con acento impaciente—, Pero sé que tú sí entiendes lo que te dicen. ¿Por qué te has detenido aquí?
            Pesadilla, comprendiendo que con gruñidos no podía hablarle al humano, levantó una de sus enormes garras y señaló a una dirección del bosque. Yagami le miró extrañado y entonces caminó hacia donde el dragón le indicaba. Echó una breve ojeada a Signa antes de caminar, y sólo lo escuchó quejarse.
            Caminó por entre unos arbustos, haciendo a un lado la hojarasca, cuando dio con un pequeño manantial, con piedras alrededor y una pequeña cascada que manaba de otras dos rocas más grandes. Miró el lugar unos instantes, en realidad allí era muy pequeño para que el dragón pudiera entrar. Lo que le extrañó fue el hecho de que Pesadilla hubiera encontrado, sin ver, dicho lugar. Miró todo nuevamente, para averiguar si por allí cerca no había otro de esos despreciables hombres lagarto o sus huellas. Respiró profundamente, sin ninguna confianza y sí mucho mal humor. Entonces, caminó hacia el dragón. No entendía nada, no comprendía en qué podría ayudar aquel manantial.
            Cuando iba llegando, notó que pesadilla se había cambiado de posición y retiraba de su lomo como una persona quitándose los tirantes las alforjas que Sigma cargaba consigo, depositándolas suavemente en el piso. Una vez hecho esto, estiró nuevamente una de sus garras y tomó al caballero, como si fuera un muñeco de porcelana.
            Con Sigma en sus manos se tiró al suelo, echándose suavemente sobre su vientre, mientras que el joven quedó en medio de sus garras. Éstas parecieron acariciarlo cuidadosamente, y Yagami miró la escena con extrañeza, más no se movió. Pesadilla gruñía suavemente como un cachorrito, y entonces comenzó a lamer a su amo. Iori hizo cara de repugnancia, pues recordó el desagradable episodio que había vivido antes con el dragón  y entonces escuchó que el caballero se quejaba nuevamente y abría los ojos.
            —No llores, bebé...estoy bien...—le murmuraba mientras se agarraba el pecho—. Estoy bien.
            Yagami salió de entre los arbustos y Pesadilla lo miró, pero Sigma no volvió a moverse. Iori miró dentro de los ojos azules del dragón y vio un espejo cortado. Esa bestia era más de lo que aparentaba ser y él lo había subestimado enormemente.
            —Pesadilla extendió hacia Iori la garra en donde estaba Sigma y entonces Yagami,  sujetándolo de un brazo, intentó levantarlo. No pudo en el primer intento.
            —¿Qué demonios?—Pujó Yagami molesto, e intentó cargarlo nuevamente, imprimiendo más fuerza. Nada. Su malestar físico, su mal humor y la imposibilidad de cargar a Sigma lo pusieron de un genio insoportable—Imposible, no puede pesar más de 130 kilos con todo y su armadura...—dijo escupiendo maldiciones aisladas, y entonces miró a Pesadilla, que negaba con la cabeza.
            —¿200?—Le preguntó Iori a Pesadilla, y este volvió a negar. Iori exhaló con violencia—¡Yo puedo cargar hasta 170 kilos sin ninguna dificultad! ¡Esto no debe ser nada!—Iori ya había arrojado por los aires en algún momento a Goro Daimon e incluso al mismísimo Chang, ¿Por qué este joven que no parecía por ningún lado más pesado que ellos habría de estarlo?...
            El dragón lo hizo a un lado casi cariñosamente, y entonces lo puso de espaldas, colocando a Sigma detrás suyo, pasando sus brazos por sus hombros. A Iori esto le molestó mucho pues parecía que ambos eran sus juguetes. Pero el caballero estaba pesadísimo. Yagami dio con grandes esfuerzos un paso y entonces sintió que Sigma se movía.
—Descuida, sir Iori...—murmuró el segundo—Yo puedo dar algunos pasos...no se te hará tan difícil llevarme a donde él te indica.
—¿Cómo estás?
—Sólo...sólo llévame...a donde él te ha dicho.
Haciendo tanto esfuerzo como no lo recordaba, Iori llegó finalmente hasta donde el manantial se encontraba, pero sus fuerzas ya habían sucumbido. No se había recuperado, eso ya le estaba preocupando, en su mundo no tardaba tanto en recuperar sus fuerzas, pero aquí...
—Empújame al agua—dijo con voz cortada Sigma—...Ya no puedo caminar.
Iori, extrañado y sudoroso, así hizo, empujándolo con todas sus fuerzas. El cuerpo y la armadura del caballero hicieron un ruido sordo al entrar al agua, y Yagami permaneció agitado.
No tuvo tiempo de mirar si Sigma se encontraba en buenas condiciones, cuando escuchó un rugido del dragón. Alarmado, corrió a donde se encontraba Pesadilla y lo miró peleándose con los hombres lagarto. Lo que él temía. Mientras que Pesadilla golpeaba a unos, otros brincaban desde las copas de los árboles, él los mordía, los golpeaba, los arrojaba, pero eran muchos e iban directamente a los puntos desprotegidos de su piel. La lucha era desesperada.
Un sentimiento de profunda ira se apoderó de Iori. No, no era porque el cachorro le importara, ¿O sí?...pero escuchaba sus rugidos y sentía que el pecho se le llenaba de calor.
—¡Déjenlo, desgraciados, déjenlo!—Iori corrió, corrió como nunca, y su cuerpo y sus manos se envolvieron en llamaradas, estaba furioso. Los ojos brillantes de las bestias se dirigieron a él, y cuando los primeros atacantes de Pesadilla corrieron hacia Yagami, otros más aparecieron entre los arbustos y arremetieron en contra del dragón.

* * *

Kyo pasaba saliva y se tocaba el cuello nervioso, y Rufus notó su turbación.
—Tranquilízate, Sir Kusanagi—le dijo con una sonrisa—Yo sé lo nervioso que debes sentirte.
—No, no sabe—lo interrumpió Kyo—. No imagina siquiera lo afligido que estoy con esta situación. Los muertos que hubo tras la exhibición me pesan muchísimo en el alma, los asumo como mi propia responsabilidad, si yo no hubiera llegado aquí ellos seguirían con vida, al lado de sus familias...
            —No tiene por qué sentirse de ese modo—Inquirió Rufus—. Porque nadie conoce el futuro, ni el destino, ni el papel que juega jugará en la existencia de otra persona. Usted está aquí por algo, y si le sirve de consuelo, esos caballeros y esos aldeanos murieron defendiendo al Rey y a usted con todo su corazón, lo hicieron con honor.
            —Con honor...
—Yo no sé cuál se el concepto o el uso que ustedes tengan del honor. Pero en Omega todos los habitantes creemos que morir por una causa justa es morir con los honores de un héroe.
Mientas iban caminando a través del pueblo, Kyo observaba todo con placentero detenimiento, al mismo tiempo que con preocupación. Las casas eran de piedras pulidas, las ventanas y las paredes de madera, los caminos estaban empedrados y las carrozas pasaban con tranquilidad haciendo ruido, algunos niños corrían por aquí y por allá. Había pequeñas plazuelas llenas de árboles y algunos pequeños estanques, algunas estatuas también. Era un pueblo grande, próspero y tranquilo, todos tenían un oficio, Kusangi no veía por ningún lado algo que estuviera fuera de lugar como en la ciudad...
Estaba en esas cavilaciones cuando iban acercándose al o que parecía el centro del lugar. La fuente más grande de todas las que había visto se alzaba, de piedra, majestuosa, representando la efigie de un caballero finamente engalanado en su armadura, montando un caballo, con la inscripción “Lord Gilberto de Omega”. De la parte superior de su yelmo brotaba agua cristalina. En el sitio había una gran multitud. Todo alrededor, sin embargo, estaba silencioso.
—Ya llegamos, Kyo.
Kusanagi salió de su trance y miró a todos los que allí se encontraban. Al ver acercarse a Rufus, los presentes hicieron una breve reverencia, y entonces miraron a Kyo. El sintió sus miradas y se quedó sin aliento. Pero no eran miradas crueles, por alguna razón estaban llenas de tranquilidad. Rufus tomó al joven del hombro y caminaron entre las personas, que les abrieron el paso.
En el centro de donde se encontraban todos, aun lado de la fuente, se encontraban tendidos los cuerpos de los que lo defendieron, sobre unas plataformas: los aldeanos estaban ataviados ricamente, los caballeros tenían sus armaduras puestas e impecablemente brillantes.
A una señal de uno de los presentes, todos arrojaron flores blancas, que caían sobre los cuerpos de los tendidos, y resbalaban hacia el suelo, otras quedaban adornándoles el pecho y la cabeza. Otra orden más y más flores seguían siendo lanzadas suavemente, cruzando el cielo como palomas, provenientes de todas direcciones.

***

Iori pateó a uno, golpeó a otro, e incineró a otro más, pero en lugar de disminuir parecía que todos se multiplicaban. Eso lo hacía ponerse furibundo pues recordaba que esa era la forma de atacar de las bestias, y él odiaba las peleas desiguales...
—¡¿QUÉ ES LO QUE QUIEREN?!—Gritó con toda su garganta. Ahora estaba seguro de que no había ninguna clase de amistad entre los engendros y pesadilla, aunque no tenía la seguridad de qué era lo que el dragón pretendía inicialmente al aparecer en sus sueños.
—¡Te queremos a ti, queremos lo que tienes dentro de tu cuerpo!—Gritó el líder, aquel que le había entregado a Mordoss el yelmo de uno de los caballeros de Omega—¡No tienes ninguna alternativa, sólo te queda morir!...
—¡Qué sencillo es decir eso!—Les gritaba Iori con ojos incendiados de furor, mientras sentía su poder crecer cada vez que eliminaba a alguno de ellos—¡En verdad que se ve que no me conocen...pretender enfrentarse a mí es como buscar el suicidio!....
Yagami gritó de nuevo con todas sus fuerzas, las bestias rugieron y en una explosión encontrada, semejante a la que Kyo había logrado anteriormente, Iori acabó con sus agresores más cercanos. Pero el líder, astuto, se escabulló entre los arbustos y le tomó de sorpresa por la espalda.
El hombre lagarto tomó a Yagami del cuello, y con este movimiento Iori dirigió su mirada hacia Pesadilla, que seguía luchando, sin parar, con alguna desventaja. Entonces, escuchó el susurro tras su nuca, que lo estremeció y lo llenó al mismo tiempo de ira.
—¡Tú tienes algo que mi amo necesita, y no puedes renunciar a él por tu voluntad!...
—¡No sé de que me hablas!—Gritó Iori—¡Pero nada que yo posea se los daré a ustedes!...
—¡Tu corazón, TU CORAZÓN!...
Iori forcejeó, pero ya estaba muy cansado. Intentaba quitarse al animal de la espalda, pero este ya se había aferrado a él con sus piernas enlazadas en su tronco. Yagami sostenía con todas sus energías sus garras para evitar que éstas siguieran rasgando su piel hasta que llegaran a su pecho y le despojaran de su órgano vital. Pero ya le habían hecho mucho daño, y estaba perdiendo mucha sangre.

***

Había pasado ya más de un cuarto de hora, y en el estanque donde Iori había arrojado a Sigma no había movimiento alguno. Cualquiera que hubiera estado allí habría asegurado que el caballero estaba tan débil y tan pesado que se había ahogado sin remedio. Pero entonces, cuando a unos metros del estanque la lucha de Iori y de Pesadilla encontraba su máximo punto, el caballero dragón emergió lentamente del agua, como si estuviera naciendo nuevamente, como sumergido en un trance.
El agua escurría a través de su armadura, y sus cabellos, pero aparentemente se encontraba totalmente repuesto y lleno de energía. Aún aparentaba estar somnoliento, cuando los gritos de su protegido y los rugidos de su dragón lo obligaron a volver en sí. Parpadeando un par de veces, y frunciendo el seño, salió totalmente del agua y caminó rápidamente hacia donde la pelea se estaba llevando a cabo.

Por momentos, los rugidos de Pesadilla se hacían más agudos y lastimeros, estaba seriamente herido, algunas tiras de carne blanda ya colgaban de su cuerpo mientras que Yagami mantenía todavía las energías, producto de la rabia que sentía.
—¿No comprendes? Nuestras energías chocan como dos fuerzas opuestas...—Le decían. Eran todos. Eran muchos murmullos, pero la idea era la misma.
Polos opuestos. Iori nunca había conocido otro polo opuesto suyo a excepción de Kyo. Los demás eran solamente variantes, variantes débiles, lo mismo que las similitudes. Su poder emanaba directamente de un pacto sangriento efectuado siglos atrás con aquel ser llamado Orochi, conocido en esta tierra como el Dragón de las Ocho Cabezas.
Además, ninguna de esas bestias producía algún tipo de fuego o llama, o cosa semejante. Sus ataques eran más parecidos a los de él, mortales, cortantes, veloces...
Llegó un momento en que no pudo más. Era como enfrentarse a sí mismo, pero multiplicado por varias decenas. Era imposible continuar peleando, al menos en esas condiciones. Esos monstruos eran ventajosos y conocían muy bien su condición en esos momentos.
Las piernas le fallaron de repente, y su propio peso lo venció sin remedio. Yagami cayó de espaldas, y todos los presentes, salvo aquellos que agredían a Pesadilla, que ya sucumbía con facilidad a los ataques que estos les propinaban.
—¡Tu corazón, tu corazón, es nuestro, nos dará el poder!
Iori ya se sumergía en la inconsciencia, entre los siseos y las voces y los alientos venenosos cerca de su cuello y de su pecho, como si fuera parte de un oscuro embrujo.
Un dolor intenso...las bestias se estaban peleando por matarlo, de vez en cuando se abrían paso entre sus carnes. Su mirada ya estaba en blanco...ya no tenía energía, no podía más...

Si tan solo hubiera sabido, lo que en realidad sentía...
¿Es esta la forma tan mediocre e indigna en la que voy a morir?
¿A manos de unas despreciables sabandijas,
lejos de mi verdadera tierra?

Uno de los hombres lagarto chilló aterrorizado. Por unos breves segundos, todo pareció detenerse y dar vueltas. Unas pisadas, pesadas pisadas, que sonaban a metal. Con sangre en el rostro, Iori abrió trabajosamente los ojos. Sólo tenía un hombre bestial encima, pero todos miraban aterrorizados a la figura que se aproximaba a ellos sin ningún temor.
—¡Es el hijo del dragón! ¡El caballero, el caballero!—empezaron a gritar todos, sin saber a ciencia cierta si lo hacían para intimidar a Sigma o darse valor ellos mismos.
Sigma pronunció un nombre muy, muy suave, muy quedo, como un susurro...pero sus ojos estaban enrojecidos de cólera.
—Ven, Balmung...
De entre las alforjas, una espada reluciente salió disparada, como si el caballero fuera un imán. Dio vueltas y en el camino decapitó a los incautos hombres lagarto que estaban cerca.
Así, llegó hasta las manos de Sigma, que de inmediato dejó de caminar para echarse a correr. Iori no podía ver bien, su propia sangre le cubría los ojos...¿Cómo alguien tan pesado podía moverse con semejante ligereza?...
Pero Yagami también decidió tomar ventaja de la situación justa en la que él se encontraba. Concentrando todo su poder en sus dedos, y en un veloz movimiento como los que efectuaba en el “Maiden Masher”, atacó al único que estaba sobre él. Era el líder. Lo atravesó con una mano, y con ira, casi con saña, apretó.
—No sé que tenemos en común o de diferencia...—dijo con ojos llameantes, mirando a los ojos a la bestia que temblaba y se desvanecía—...pero ni tú ni nadie va a acabar conmigo.
Y entonces retiró la mano. El cuerpo de su víctima se desvaneció sobre él, cubriéndolo totalmente de sangre. Era sangre fía, desde luego, pero Iori apenas podía moverse. Pasaron solamente unos segundos y miró la escena con Sigma. Sus movimientos eran tan rápidos, tan elegantes, pero tan brutalmente certeros que parecía que la espada fuera parte de él.
Yagami cerró los ojos. La sangre del lagarto empezó a sentirse caliente, muy caliente. Y entonces, Iori escuchó su corazón palpitar, despacio, luego más apresuradamente, era como un tambor de guerra...
Comenzó a recuperar las fuerzas, como si su sangre reaccionara con la sangre de los hombres lagarto. Como si nunca hubiera sido herido, se levantó, arrojando lejos al cadáver del ex – líder de los atacantes, que parecieron no darse cuenta de lo que sucedía, dando cuenta como podían del caballero dragón, que era un rival formidable.
Sigma tuvo un momento de distracción que casi le cuesta caro. Al voltear a ver a Iori, no se percató de que le llegaban por la retaguardia. Las garras chocaban secamente contra la armadura del caballero, que aprovechó eso para agarrarlos y azotarlos contra el piso. Si hubiese estado desprotegido, hubiera sido fatal. Pero ellos no desistían. Entonces, Iori corrió hacia Sigma, invocando el Maiden Masher, que aparecía como un conjuro y no como una técnica de ataque. Agarró a uno y lo despedazó con sus manos, y luego a otro y a otro más. Sigma hacía lo propio, pero estaba consternado, pues miraba a Yagami bañarse, como poseído por alguna extraña fuerza, de la sangre de sus oponentes, como si obtuviera algún malsano placer en ello.
Iori se convirtió, sin advertirlo, en Orochi Iori. Había perdido la conciencia. Había mucho tiempo que tal cosa no le sucedía, y el a veces pedía en sus plegarias que eso ya no ocurriera nunca más, pero...es que...esa sangre era tan...refrescante...tan placentero era ese derramar rojo sobre su piel...
Con la llegada de Sigma y el despertar de Orochi Iori, los hombres lagarto fueron despachados en pocos minutos. El caballero miró a Iori matar al último y bañarse en su sangre. Iori rugió, como no lo había hecho en mucho tiempo. Luego, pareció una estatua. No se movió más. Sigma volteó a ver al malherido cachorro, y luego volvió a contemplar a Yagami. Este le miró con ojos relampageantes. Sigma se postró en una rodilla, encajando la Balmung en el suelo.
—Qué el creador  nos proteja—dijo.

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