El sueño [ES]

 




Y es que, al despertar,

la ansiedad lo inmovilizaba

y el sueño jamás volvía

con calma reparadora.


—Cuéntame sobre tu sueño, Ian. Por favor. —La mirada de Devan estaba llena de emoción, mirándole como quien observa a un niño a punto de llorar, con ternura y necesidad de consolarle, emocionado.

—No suelo contarlo a nadie. De hecho, tú serías la segunda persona a quien voy a comentárselo.

«Ante mí, se abre un espacio vacío, inmenso, como si de pronto estuviera en un lugar donde no hay un punto de referencia de dónde comienza el arriba, el abajo, el horizonte…como si fuera una especie de sala infinita o el más extraño espacio liminal. Estando allí incluso, tú mismo te sientes infinito. Todo es tan blanco y luminoso que me lastima los ojos y me cubro el rostro, pero después de un momento el brillo se suaviza y aprecio que todo ante mí no es blanco como un campo nevado, sino metálico, como si estuviera parado en una inmensa placa cromada.

Pero luego, no siento mi peso. Comienzo a flotar, ascendiendo y descendiendo con lentitud, pero la sensación es pesada, como si estuviera haciendo esos movimientos bajo el agua. Cubriendo mi cuerpo tengo un hábito larguísimo de monje y al querer tocarme el cabello, siento una capucha que me cubre la cabeza. No puedo quitarme esta ropa, ni descubrir mi cabeza, a pesar de hacer mi mayor esfuerzo. Me siento atrapado pero al mismo tiempo los ropajes son tan livianos que prácticamente me siento desnudo, a pesar de ver varias tiras de mi atuendo flotar a mi alrededor.

Cada vez que mis pies, que se encuentran desnudos, tocan el piso, me impulso para lograr un etéreo paso a la vez. Hago esto por lo que podrían considerarse unos pocos metros, cuando de pronto aparece ante mí otra figura con atuendo similar. Dejo de flotar conforme me acerco a esa nueva visión, y me percato que es tanto o más alto que yo. Nuestros reflejos en el piso como espejo nos hacen parecer una extraña figura, y es en ese momento cuando la temperatura del lugar se torna terriblemente fría.

—¿Quién eres tú?—Pregunto.

—¿Quién eres tú?—Me responde enseguida.

Hago una mueca de sorpresa y en en ese momento que me percato que el frío que siento no es externo, sino que lo siento dentro de mí, en cada fibra de mi ser, en cada vello erizado de mi cuerpo contra el hábito.

—Me tienes miedo.—Su voz se escucha lejana, como una grabación antigua, o como alguien que conversa contigo en medio de una lluvia tormentosa.

—¿Me tienes miedo?—Repito yo sin pensarlo. Aunque yo soy quien experimenta oleadas de un terror inexplicable, es él quien se cubre- —¿Me tienes miedo?—Vuelvo a preguntar.

Retrocede un poco, y trato de mirar su rostro debajo de la capucha, pero me resulta simplemente imposible. Doy un paso más.

—NO. TÚ me tienes MIEDO.

Frunzo el ceño ante su insistencia en imitarme, pero en su voz hay algo que me sacude y que hace que la adrenalina se dispare dentro de mí. Siento una vertiginosa sensación de que el espacio entre nosotros se acrecienta, de repente, pasa de estar casi cara a cara a estar a varias decenas de metros de mí. En mi estómago siento el vértigo de una caída, pero en realidad, no me muevo. Mis miembros entonces se tornan enormemente pesados.

Presa del horror, cierro mis ojos y cuando me permito abrirlos de nuevo, él está arrodillado en el suelo, y es entonces cuando me percato e que su hábito está roto.

Permanezco mirándolo, consternado, pues se mueve y estremece en lo que parece un momento de agonía. El temor desaparece con un gélido escalofrío y de pronto quiero acercarme a él, pero justo antes de que pueda estirar un brazo en su dirección, se levanta.

Su abdomen está descubierto y la ropa ahora parece caérsele en tiras, sus piernas también están desnudas y tiene dedos largos con uñas igualmente largas, pero sigo sin poder ver su cara. Hace un además con su cabeza y sé que me está mirando. Extiendo mi diestra hacia él, nuevamente tratando de tocarlo, pero no avanzo lo suficiente, como si estuviera contra una corriente extraña.

La visión se incorpora entonces y también extiende sus brazos hacia mí.


—¿Por qué estamos encontrándonos?


…¿Por qué aquí y ahora?
Esas palabras son tan…extrañamente sublimes que no soy capaz de identificar si brotan de mi garganta o de la de él.

De manera repentina y abrupta, brotan de su espalda, en un movimiento violento que hace que profiera un grito desgarrador, un par de alas similares a las de los murciélagos.

Apenas logro recobrarme de la sorpresa cuando la aparición se abalanza hacia mí y me tira pesadamente al suelo. Es solo en ese momento cuando mi capucha desciende, permitiéndole ver mi rostro. Me sujeta fuertemente de los brazos y se acuesta sobre mí, mientras siento que pasa toneladas.

Durante el forcejeo, siento en la frente una herida, que está vendada, y un dolor intenso en mi ojo izquierdo, que de pronto pierde la visión y se encuentra vendado. Estoy a punto de gritar, abriendo mi ojo sano de manera desmesurada y estoy a punto de gritar con todas mis fuerzas cuando el otro me sujeta del cuello violentamente con su diestra, alzando el vuelo, levantándonos del piso.

Su brazo libre me rodea y me aprieta contra suya. Sus alas son enormes y mientras estamos en vilo, me estruja como si deseara romperme todos los huesos en un abrazo mortal. Forcejeo tratando de zafarme, presa del pánico y el dolor, y es entonces que de mi propia espalda brotan también unas alas gigantescas, pero son de vidrio y metal.

El dolor que experimento es tan inmenso que sentí que yo mismo me desgarraba en jirones de carne y sangre, pero él no dejaba de estrujarme, de asfixiarme. De nuevo quise gritar con toda mi alma, que mi voz dejara salir un poco de la agonía que me poseía pero la aparición me lo impidió, mordiéndome el cuello. No, no era la yugular, no era un vampiro que buscara mi sangre…directamente buscaba, y eso lo sabía yo de alguna forma extraña, quitarme la voz. Muerde mi garganta y siento que sus dientes alcanzan mi tráquea, que ésta empieza a romperse como una nuez, grito pero no hay sonido, estoy totalmente mudo y él chupa mi voz, mordiendo con fuerza, apretándome contra él con desesperación.

Siento su acoso, su respirar jadeante mientras se eleva, yo sigo gritando sin proferir el más leve sonido y él, al notar mi resistencia, me arranca las alas en un movimiento rápido e inmisericorde.

Empiezo a desfallecer de dolor y cansancio cuando este monje se separa, me mira, y me abraza. Su respiración de pronto es pausada, calmada y eso me perturba…con mi único ojo funcional trato de verle la cara pero solo hay allí una sombra negra.

Y suspira.

El paisaje entonces se torna oscuro y yo empiezo a desvanecerme, cuando del suelo emerge un rayo purpúreo que atraviesa nuestros cuerpos, impactando el corazón del espectro.

De pronto, ya no hay gritos, ni dolor. Solo una especie de resignación. Los dos, imposibilitados para volar, comenzamos a precipitarnos al suelo, a la muerte inevitable.

Él deja de respirar, me abraza, mientras también parece perder el conocimiento, yo lo abrazo, y justo antes de que nos estrellemos en el suelo, despierto.

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